4 de junio de 2020

Encuentros que se escriben mucho antes de vivirlos, aparecen rebotando entre oportunidades, decisiones y momentos, en el juego azaroso de dejar ir los desencuentros.
Encuentros que se escriben simples, o encuentros revueltos.
Entre consuelos y respiros, ilusiones y realismos que se van tejiendo. 
Si un encuentro te define es que no estás muerto. 

Retacitos y fragmentos que vas cosiendo con el tiempo, modelando en silencio lo que no dijiste, lo que perdiste en el tiempo. Si un encuentro se perfila, te atraviesa y lee incluso en los espacios vacíos que escondés; saber frenar, saborear, desear aquello que no puede describirse, o siquiera definirse, como el anhelo que no verbalizamos por temor, por cautela, o por recuerdos.

Aquello que es hecho para vivirse, que no se evita, no se pierde. Esa instancia de anhelar una vez más. 
Esa puerta que escondí y abriste a ciegas.
Esta nueva invitación para jugar.

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