4 de octubre de 2010

Me entregaría hoy mismo a la pasión de vivirte. De conocerte. Cambiar de brazos al ritmo antojadizo de mi instinto. Degustarte. Abusando de la piel sobre la arena ardiente, en medio del agua fresca, en la humedad de tus cuevas, tus chozas. Manos blancas, manos negras, manos morenas. Pieles sin colores, cuerpos sin idiomas, fantasías sin creencias. Lealtad que puede y quiere ser infiel. Con prisa sin sábanas, sin prisa con recelo. Pacientes comienzos, desesperadas embestidas, acabados finales.

Entregaría hoy mismo mi cuota de pasión a tu universo y mis deudas acumuladas. Mis recatos, que son pocos, y mis destapes más anónimos. El sudor entre mis piernas y la sequedad de mi boca.

Y sólo pediría un poco más, ... y sólo me darías todo el tiempo.
Arrancando en el desasosiego de no tener ganas de arrancar, se siente el coraje del impulso. Se siente esa explosión desesperada de la vida que intenta dejar de diluirse.

Se siente sólo cuando arrancas, sólo si comienzas. Entre las rutinas, el desgano, el cansancio, perdemos la motivación y con el tiempo nos abandonan los incentivos. Y si damos las últimas brazadas a tiempo salimos, sino el camino de descenso no termina, es infinito. Y nos ven perdernos, y nos ven apagarnos. Cuando no hay magia ni mito, ni poder divino que pueda con nosotros mismos. Vamos llegando sin querer a donde los vimos, y nos desesperamos. Y ahora está tan cerca y parece tan sereno. 
Está tan cerca y es como un juego inacabable. Que repetimos, ida y vuelta del mismo modo que dejamos ir el tiempo.

La sustancia que adormece nuestra cabeza se desplaza por nuestro cuerpo como un río cálido en el que nos dejamos flotar; 
y es pobre mansedumbre del intoxicado, del aletargado, del bebido.
Que si me siento acorralada hecho a andar por donde nadie se lo espera. Si me atrapa la nostalgia vuelvo atrás, si me presiona el compromiso salto al tiempo en que desaparezca. 

Soy fugaz y efímera como es el viento, cobarde si la valentía me condena. El camino, el atajo, y el punto de partida.

Si te mezo en mis susurros soy la calma del río en el remanso. Si te enfrento en arrebatos soy la verdad incómoda; que no se evita, que no perdona, no da tregua.

Y cada vez que la nostalgia me escoza la piel me entrego al viento, aullando, con el hambre voraz de quien no tiene hogar, con la sed de quien añora lo dejado atrás.

Y cada vez que encuentro en tu brillo el reflejo de mis ojos soy el ronroneo al alba. 
Soy la garantía del placer entre tus sábanas.
La sensación de no saber si me tendrás mañana.