26 de diciembre de 2009

Pueblo mío y sangriento, 
a mil gotas de sudor que das entierro
mil ausentes inconscientes sepulteros.
 Y brillas con fuerza, delirante
fiebre de pasiones,
caldero de ideales.
Explosión titánica
de una tierra que palpita
que asesina mis oídos y embeleza mi vista.


Tus ídolos son bestias;
y mutilan
el fruto de tu vientre, sin pecado concebido.
Madre mansa que acobija
y no reniega, la traición y la codicia
de su siembra.
Y cosecha lo que no merece.
Y a pesar de lo que arrastra
ella es bendita.
Y no muere.
Se rebela al desatino de su plaga
con infinito poder. Vive.
Sobre su piel las hordas de infelices
inventan su grandeza,
mientras ríen como títeres.


Llevan luz y llevan sombra;
sin pesarlas,
no hay balanzas que no rompan.
Llevan vidas a su espalda,
revolcando sin tapujos sus esencias.
Carecen del sentido de enfocar la vista.


Son cobardes. Son cretinos.
Sus símbolos son los comodines
su pereza,
su ausencia de consciencia.
Son tus hijos los que lloras y castigas.
Cuando eres cruel eres salvaje y eres manca.
No escarmientan.
Y llevan consigo la luz que nunca encienden,
que se esconden
que reprimen, por fiaqueza.
Y los ves parir, y pisotear, y asesinar.
Y cada día los redimes.
                                         Eres culpa de ti misma.




24 de diciembre de 2009

Ella se apartó y vaciló. Volvió a acercarse. Tímida, insípidamente. Ella pisó firme, y se asustó. Se arrepintió. Ella fue sincera, y se traicionó.
Ella se quedó varada en la desintonía.
Ella siguió yendo así, a los tumbos. Siguió sin sintonizar. Y se sintió caer, más y más abajo.


Y ella sintió tanto vacío y llevar tanto por dentro. Sintió tanta pérdida y tanto deseo. Ella sintió tanta necesidad y tanta fuerza.
pero ella no sintonizó. ni se cuestionó. ni quizo empujarse.


Ella desvarió. Y se adaptó. Y fue normal, y sucumbió.
Ella se enamoró, y no lo supo. Conquistó y no se atrevió a tomarlo. 
Ella triunfó y no sabe si es felíz.

15 de diciembre de 2009

Noté tu ausencia, y lo admití por derrota. Lo admití cansada de fantasías ingratas que atormentan a mi mente. Lo admití sin ganas. Reprochándole a mi corazón las telarañas que lo visten. Acusándolo de infame por este dolor sordo que me acosa, que explota en mis entrañas, se atora en mi garganta y humedece mis ojos.


Declaré la guerra a tu espacio vacío, el hueco cruel que hace eco de mis risas. Me ofreció una tregua que no quize. La de nombrarte de cualquier forma en cualquier mañana. Consuelo imbécil que destroza poco a poco a la pasión que me consume.


Vomité mis verdades a tu imagen doloza. Le confesé mis mentiras, mis demonios; cada flaqueza a la que excuso con tu idea, con la metáfora de tu presencia; narré de a una mis confusiones que son muchas. Y al escupir a la interrogación de tu existencia el desconcierto me trajo tu nombre. La irrefrenable sensación de pánico. El mío, y el tuyo, que hace que estas líneas sean en vano. Sin dar crédito a mis sentidos continué yendo por ahí consciente de lo inevitable de extrañarte. Descubrí que tu espacio vacío era más esperanzador que la sombra de tu espalda. 

Con la certeza de que me ames, la certeza de que no harás nada. 
Con la desilusión de que no me ames, la pérdida de fe.


Y retorné muda a la convicción de ese algo que nos une. Y que es mudo. Retorné a la mímica de amar.


Sin que estés, sentir que estás. Sentirte.