26 de diciembre de 2009

Pueblo mío y sangriento, 
a mil gotas de sudor que das entierro
mil ausentes inconscientes sepulteros.
 Y brillas con fuerza, delirante
fiebre de pasiones,
caldero de ideales.
Explosión titánica
de una tierra que palpita
que asesina mis oídos y embeleza mi vista.


Tus ídolos son bestias;
y mutilan
el fruto de tu vientre, sin pecado concebido.
Madre mansa que acobija
y no reniega, la traición y la codicia
de su siembra.
Y cosecha lo que no merece.
Y a pesar de lo que arrastra
ella es bendita.
Y no muere.
Se rebela al desatino de su plaga
con infinito poder. Vive.
Sobre su piel las hordas de infelices
inventan su grandeza,
mientras ríen como títeres.


Llevan luz y llevan sombra;
sin pesarlas,
no hay balanzas que no rompan.
Llevan vidas a su espalda,
revolcando sin tapujos sus esencias.
Carecen del sentido de enfocar la vista.


Son cobardes. Son cretinos.
Sus símbolos son los comodines
su pereza,
su ausencia de consciencia.
Son tus hijos los que lloras y castigas.
Cuando eres cruel eres salvaje y eres manca.
No escarmientan.
Y llevan consigo la luz que nunca encienden,
que se esconden
que reprimen, por fiaqueza.
Y los ves parir, y pisotear, y asesinar.
Y cada día los redimes.
                                         Eres culpa de ti misma.




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