15 de diciembre de 2009

Noté tu ausencia, y lo admití por derrota. Lo admití cansada de fantasías ingratas que atormentan a mi mente. Lo admití sin ganas. Reprochándole a mi corazón las telarañas que lo visten. Acusándolo de infame por este dolor sordo que me acosa, que explota en mis entrañas, se atora en mi garganta y humedece mis ojos.


Declaré la guerra a tu espacio vacío, el hueco cruel que hace eco de mis risas. Me ofreció una tregua que no quize. La de nombrarte de cualquier forma en cualquier mañana. Consuelo imbécil que destroza poco a poco a la pasión que me consume.


Vomité mis verdades a tu imagen doloza. Le confesé mis mentiras, mis demonios; cada flaqueza a la que excuso con tu idea, con la metáfora de tu presencia; narré de a una mis confusiones que son muchas. Y al escupir a la interrogación de tu existencia el desconcierto me trajo tu nombre. La irrefrenable sensación de pánico. El mío, y el tuyo, que hace que estas líneas sean en vano. Sin dar crédito a mis sentidos continué yendo por ahí consciente de lo inevitable de extrañarte. Descubrí que tu espacio vacío era más esperanzador que la sombra de tu espalda. 

Con la certeza de que me ames, la certeza de que no harás nada. 
Con la desilusión de que no me ames, la pérdida de fe.


Y retorné muda a la convicción de ese algo que nos une. Y que es mudo. Retorné a la mímica de amar.


Sin que estés, sentir que estás. Sentirte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Fala pra mim...